Grinduro es un evento que combina la aventura del Gravel, la adrenalina del Enduro de MTB y la resistencia de las Granfondo de carretera. Desembarcó por primera vez en Europa en 2017 tras dos ediciones en Estados Unidos. Mountain Biker no se quiso perder la oportunidad de participar en una prueba que trasciende la mera competición, pues es una celebración del ciclismo y de lo mucho que conlleva. Así que nos fuimos a la isla de Arran (Escocia) para impregnarnos de esta experiencia.
La llegada a Europa de Grinduro
Grinduro Scotland 2017 tuvo lugar en una pequeña isla escocesa de la que jamás había oído hablar, la isla de Arran. Considerada una Escocia en miniatura, ya que a pequeña escala replica los contrastes geográficos propios de la tierra de William Wallace, los habitantes de Arran se volcaron en este evento.

No fue fácil llegar, lo admito. Además de un avión a Glasgow, con conexión previa en Ámsterdam, tomé un taxi hasta el puerto de Ardrossan, desde donde sale el ferry que lleva a la isla de Arran. Cincuenta y cinco minutos de trayecto muy apacible sobre aguas calmadas en el que incluso pude ver por televisión cómo el ídolo local Andy Murray quedaba eliminado de Wimbledon, donde volvió a reinar un eterno Roger Federer.
La localidad costera de Lamlash fue el centro neurálgico de Grinduro. Además de ser el punto de salida y llegada, también sirvió de campamento para muchos participantes, que plantaron allí sus tiendas. El elenco de participantes fue de lo más diverso, con más de 150 ciclistas venidos de países tan dispares como Japón, Polonia, Suiza, República Checa, Estados Unidos, Letonia, España y, lógicamente, Reino Unido.

El concepto de Grinduro, nacido en California, propone un recorrido de casi 77 kilómetros con cuatro puntos cronometrados, dos de subida y dos de descenso, que son los que determinan la posición final de los participantes, independientemente del tiempo que los ciclistas necesiten para cubrir toda la prueba.

Sin embargo, el ambiente que se respiraba nada tenía que ver con algún evento cicloturista o marcha de MTB en la que hubiera participado previamente. No había rodillos ni exhibición de bicis con precios de cinco cifras. Tampoco se palpaba un ambiente de competición pura.
Al contrario, reinaba una camaradería y un amor por el ciclismo retro que se mantuvo durante toda la jornada entre todos los participantes, tanto en los profesionales como en los meramente apasionados a este deporte. Barbas densas y gorras clásicas de ciclismo convivían con gorras planas más propias de raperos. Y todo el mundo contento.
También en las bicis reinaba la variedad. Lo único que se pedía desde la organización de Grinduro es que los ciclistas se abstuvieran de participar con bicis de carretera. El terreno era abrupto en ocasiones, así que las bicis de Gravel y las de ciclocross se antojaban como las idóneas.

También vimos mountain bikes, alguna Fat Bike y valientes con singlespeed e incluso fixies. La guinda de la excentricidad la puso un ciclista con una bici de carretera montada con ruedas gordas y acoples.
La hora D
A las 9 de la mañana del sábado 15 de julio se daba el pistoletazo de salida de Grinduro. Unos minutos antes, un gaitero vestido de gala para la ocasión –quien es a la vez el único carnicero de toda la isla de Arran– se encargaba de sumir en un mar de emociones a los ansiosos ciclistas.

Ansiosos y en mi caso mucho más que preocupado. Y es que justo cinco minutos antes de la salida, el líquido sellante de la rueda trasera de mi bici dijo basta sin motivo aparente y causó un fuga que me dejó estupefacto.
No había tiempo de rellenar, así que cogí otra cámara para reparar en caso de pinchazo. Debido al incidente, la presión de la cubierta quedó muy baja, pero me la jugué y opté por no hincharla. Así que tras este episodio de pánico momentáneo, iniciamos el recorrido, bañado por una lluvia que estuvo presente a lo largo de toda la jornada.

Enseguida quedó demostrado que los participantes básicamente buscaban pasar un día especial rodando por el variado recorrido que propuso la organización, más que exprimirse desde la salida. En mi caso, iba restando los kilómetros que faltaban hasta la meta, temiendo que la cubierta trasera perdiera el poco aire que le quedaba y que tuviera que pararme a reparar en medio del camino.
Cuando ya llevábamos unos diez kilómetros y había mascado suficiente barro, empecé a pensar en otras cosas y a dejarme seducir por la ruta, por los paisajes y por la exigencia de la conducción.

En nada empezaba el primer tramo cronometrado de Grinduro, de subida y 7 kilómetros de distancia, que me arrepiento de no haber querido disputar para preservar la integridad de la cubierta. No presentaba dificultades técnicas, más allá de tener que controlar la bici en los giros con el asfalto mojado y lleno de grava. Justo después de su finalización, un amplio pelotón se agolpaba al borde del camino para reponer fuerzas, comentar la jugada y cobijarse de la lluvia, que caía con intensidad.

Seguidamente iniciamos un descenso que nos llevó hasta el primer punto de avituallamiento, donde había un amplio surtido de fruta, dulces, chocolate, agua y bebidas isotónicas. Pero tal vez lo que más me llenó fueron los aplausos de los vecinos de Kilmory, que, a pesar del aguacero, salieron a animarnos.

Con tanto subidón, me olvidé en una de las mesas uno de los bidones y no me percaté de ello hasta una vez superado un tramo de asfalto con un desnivel del 30%. Con un bidón tenía que bastarme, me dije, algo apenado por la pérdida.
Tras un tramo serpenteante de carretera entramos en un singletrack técnico de subida que se complicaba por momentos debido al barro, aunque era 100% ciclable. Hubo algunos instantes en los que la lluvia dio una tregua, que aproveché para refrescarme un poco y desabrocharme la chaqueta impermeable, imprescindible para no sucumbir en Grinduro.
También es muy recomendable usar una tija telescópica, algo que aprendí después de disputar el segundo tramo cronometrado. Se trataba de un sendero técnico de bajada en terreno ondulado y trufado de raíces. Debido al barro acumulado, la organización decidió que los participantes salieran de uno en uno cada dos minutos, asegurando así que no se formarían atascos y, por ende, montoneras.

En Grinduro el peso de la bici no es un elemento crucial; muchas son de acero, pero bien robustas. Es por eso que la tija telescópica, que montaban varias Gravel y todas las MTB, fue de gran ayuda para aquellos que quisieron apurar en este resbaladizo segundo sector cronometrado, de 1,5 kilómetros. Liberada una buena dosis de adrenalina, pedaleamos con calma hasta Lamlash, donde se servía la comida.

Además, aproveché para llevar la bici a la carpa de SRAM, ya que a media mañana me había quedado literalmente sin freno trasero. Es por eso que tuve que hilar muy fino con el delantero en las zonas picantes cuesta abajo.
La comida caliente que nos sirvieron fue muy reconfortante, ya que después de tres horas bajo la lluvia las manos empezaban a perder tacto.
Tras el almuerzo decidí cambiarme la camiseta interior, el maillot, los guantes y los calcetines. ¡Qué gustazo, vestir ropa seca!
Grinduro: Segundo asalto
Solucionado el desfallecimiento del freno trasero, inicié la segunda parte del recorrido, que transcurría por el norte de la isla y la localidad de Brodick. Sin embargo, decidí dejar tal como estaba la cubierta posterior, haciéndome eco de ese dicho que reza “si algo funciona, no lo toques”.
Al ir charlando con varios participantes, el primer ascenso se me pasó volando. El siguiente reto era afrontar el tercer sector cronometrado, un descenso rápido de 3 kilómetros por el bosque en el que, de nuevo, volví a quedarme sin freno trasero. ¡Me había durado 45 minutos!

Unos kilómetros más adelante se encontraba el último puesto de avituallamiento, donde coincidí con la grupeta de SRAM, buenos compañeros en los siguientes 20 kilómetros.
Nada más salir, bien hidratado y habiendo ingerido fruta y algunos dulces, empezaba el último reto, una subida corta pero bien empinada que sacó de punto a más de uno. La clave estaba en saberse dosificar para apretar al final y no sucumbir a 500 metros del puesto de cronometraje. Lo reconozco, fue mi preferido, y apreté todo cuanto pude la Slate, que demostró ser una auténtica “grindurera”.
En principio, lo más duro ya había pasado, y algunos carteles que había dispuesto la organización a lo largo del recorrido así nos lo indicaban. Sin embargo, el cansancio empezaba a hacer mella y el barro, sumado a las raíces húmedas y al constante traqueteo en las zonas pedregosas, hacía necesario estar con todos los sentidos alerta. Era el momento del gel de cafeína, ese que como la bebida energética te da alas.

Solo nos quedaba una ascensión final –en la que tuvimos que echar todos el pie al suelo debido al barro– y un abrumador descenso por un acantilado con unas vistas del litoral de auténtica postal.

Los últimos kilómetros fueron por carretera, y nos sirvieron para preservar en la memoria la increíble experiencia que fue Grinduro.

Foto: Satchel Cronk
Exigente, técnico, extenuante –el Polar V650 me recordó en meta que había consumido 5200 kcal– e inolvidable. Y con detalles de lujo, como una sesión fotográfica a cargo de Geoff Waugh, protagonista de nuestra sección Tras la cámara y autor de las fotos de la Trek Domane MK3, en la llegada para inmortalizar el momento antes de la cena.

Foto: Geoff Waugh
Fin de fiesta de Grinduro
Pinta de cerveza en mano, disfruté mucho con el concierto de The Van T’s, un prometedor cuarteto de Glasgow liderado por las gemelas y guitarristas Hannah y Chloe Van Thompson.

Foto: Satchel Cronk
En su currículum pueden presumir de haber teloneado a sus compatriotas The Jesus and Mary Chain y su directo es realmente sólido.
Seguidamente se procedió a la entrega de premios de Grinduro Scotland, amenizada por el desparpajo de Clive Gosling, de Cycling Sports Group. El ganador absoluto en categoría masculina fue el británico Robert Friel, mientras que la estadounidense Meredith Miller se impuso entre las féminas.
Sin embargo, en Grinduro hubo premios para muchas categorías, incluso para los que participaron en singlespeed y fixies, verdaderos héroes. El fin de fiesta a esta iniciativa lo puso una sesión del dj Tony Robson. Mis piernas ya no daban para bailar, pero definitivamente sí quieren repetir el próximo año.
Voluntarios y humor británico en Grinduro
Como suele ocurrir en los eventos de esta índole, el papel de los voluntarios es crucial para que el devenir de la prueba llegue a buen puerto. No debe ser fácil aguantar una jornada laboral bajo la lluvia, únicamente provistos de un poncho. No obstante, los voluntarios en Grinduro Scotland no solo nos indicaron la dirección que debíamos tomar en algunos cruces, sino que siempre tenían una sonrisa para animarnos. Bravo por todos ellos.

Foto: Satchel Cronk
Además, la señalización de varios puntos de Grinduro iba en clara sintonía con la filosofía amable y festiva del evento. Con frases como “venga, puedes ir más deprisa” o “con una sonrisa parece que vayas más rápido”, se nos ganaron.

Foto: Satchel Cronk
Aun así, recuerdo casi grabada a fuego la que estaba dispuesta justo después de completar el cuarto y último sector cronometrado, y que decía “menos competición, más fiesta”. A pesar del cansancio acumulado, me reí al leerlo. Seguro que no fui el único.
Slate time!
Ruedas de 27,5”, manillar de carretera y horquilla Lefty Oliver Carbon con 30 mm de recorrido. Estas son algunas de las particularidades de la Cannondale Slate, la bici con la que gozamos por Escocia. Concretamente montamos en la versión Force CX1, aunque una vez visto el perfil de Grinduro Scotland decidimos sustituir su único plato de 44 dientes por uno más terrenal, de 38.
Llegados a este punto, quiero agradecer enormemente la dedicación y profesionalidad de Dan Stefiuk y del matrimonio formado por Helen y Tim Flooks, quienes se encargaron de solventar las incompatibilidades propias de las bielas Cannondale en un tiempo récord y pudieron instalar unas propias de SRAM con las que no tuve que echar el pie al suelo en las subidas.

Foto: Satchel Cronk
También difería de la versión de serie el montaje de ruedas y cubiertas, fundamental para llegar a meta en condiciones. Mavic firmaba la ruedas y Schwalbe las cubiertas, con unas G-One Tubeless Ready que, a pesar de su perfil más rodador, aguantaron todos los envites y nos aportaron seguridad. Solo dieron su brazo a torcer en los tramos más embarrados, aunque dudo mucho que algún otro neumático hubiera podido traccionar ahí. Y lo más importante, a pesar de todo, ¡no pinché!
La importancia de los detalles
No hay duda de que Giro, Fabric y SRAM han puesto mucho de su parte para que este evento no sea uno más, sino que se asiente en los corazones de todos sus participantes. Y es que además de la competición, en la zona expo se exhibían las creaciones para Grinduro de varios artesanos de la bici. Todas ellas con frenos de disco y algunas con horquillas Lauf y manillares acampanados.
Sin embargo, curiosamente la bicicleta ganadora fue una MTB rígida de acero Columbus, obra de Adeline Moreau, de Mercredi Bikes, que ganó un viaje a Quincy (California) para participar en la próxima edición de Grinduro.

Tampoco nos pasó por alto el esmero en el Welcome Pack, que contenía barritas ecológicas Chimpanzee, un par de calcetines Giro Grinduro, el nuevo bidón Gripper de Fabric con una decoración especial para el evento, una cámara Clément de 700×35-40C, un poncho, lubricante Muc-Off tanto para condiciones de seco como húmedas y, ojo al dato, una muestra de The Arran Malt, whisky escocés de malta de 10 años, cortesía de la destilería Isle of Arran.
Finalmente, nos pareció encomiable que Grinduro Scotland donara 2.500 libras esterlinas (casi 2.800 euros) a Arran Trust, una organización local que trabaja para la conservación de la isla y para conseguir un turismo sostenible. Si quieres participar en un evento de Gravel 100% auténtico, Grinduro no te defraudará.